Este trabajo propone una filosofía dialéctica materialista sistémica que integra tres dimensiones fundamentales: la materia como base de lo real, la contradicción como motor del cambio y la organización sistémica como estructura del proceso.
Articula termodinámica, biología, teoría de sistemas y tradición marxista para mostrar que la vida, la sociedad y la política pueden entenderse como formas locales y temporales de orden que se sostienen disipando tensiones.
A partir de esto se ofrece:
El propósito declarado es práctico: como señaló Marx (1845), la filosofía no debe limitarse a interpretar el mundo, sino transformarlo. Se propone una gramática común para realinear el conflicto político con las estructuras reales del pensamiento colectivo.
This work proposes a systemic dialectical materialist philosophy that links matter, contradiction, and self-organization. Drawing on Marxist dialectics, thermodynamics, evolutionary theory, systems thinking, and complexity science, it argues that life, society, and politics are locally sustained forms of order that export entropy.
Based on this framework it offers:
The aim is practical: to provide a shared conceptual grammar for negotiating conflict in a way that preserves difference while enabling coordinated transformation.
Siguiendo a Marx (1845), la filosofía no debe limitarse a interpretar el mundo, sino transformarlo. Este trabajo asume esa exigencia práctica: no busca definir categorías abstractas, sino ofrecer un marco operativo para la negociación política entre visiones aparentemente incompatibles.
Los conflictos contemporáneos pueden describirse como tensiones entre modos distintos de comprender la materia, el cambio y el sentido. El objetivo es traducir esas posiciones a un lenguaje común que revele qué considera real cada corriente, cómo entiende el cambio y a quién cree que debe servir.
La realidad material existe independientemente de la conciencia (Lenin, 1909). El pensamiento no crea el mundo: es una función organizada de la materia viva y social.
Todo sistema material contiene tensiones internas que impulsan su transformación. La dialéctica materialista es la ciencia de esas contradicciones (Stalin, 1938). El cambio no es un accidente externo: es estructura interna.
Todo ente real puede describirse como sistema: un conjunto de partes en interacción (Bogdanov, 1913; Bertalanffy, 1968). Este paso convierte la dialéctica en algo cuantificable.
Todo sistema es abierto: intercambia energía y materia con el entorno. La termodinámica de sistemas alejados del equilibrio muestra que el orden puede surgir del desequilibrio si hay flujo sostenido (Prigogine, 1979). La estabilidad es tensa, no estática.
Los desequilibrios se alinean con las contradicciones que plantea la dialéctica. Los cambios de fase ilustran cambios cualitativos después de acumulaciones de cambios cuantitativos.
Procesos ciegos pueden generar organización altamente adaptada (Darwin, 1859). No hay plan externo: la complejidad emerge históricamente. La vida puede entenderse como un conjunto de replicadores que compiten y cooperan por persistir en el tiempo (Dawkins, 1976).
Conocer es una forma de operar del organismo, no un espejo pasivo (Maturana y Varela, 1984). Pensar es parte de vivir. La conciencia aparece como una función organizativa que mantiene coherencia interna frente al entorno.
Esta línea entiende a los seres vivos como “máquinas que hacen máquinas”: sistemas que se producen a sí mismos, se reparan y se sostienen (Maturana y Varela, 1972).
Spinoza (1677) afirmó que sólo existe una sustancia: la Naturaleza. Vida, mente, sociedad y técnica no son reinos separados: son expresiones distintas de la misma realidad en modos específicos de organización. Esto elimina la necesidad de dualismos.
Cuando la organización material alcanza ciertos umbrales, emergen nuevas propiedades: regulación, reproducción, adaptación. La vida puede describirse como materia que mantiene su propio patrón expulsando desorden al exterior; es decir, exportando entropía (Prigogine, 1979).
Las máquinas que construyen máquinas (organismos que producen organismos) crecen en cantidad y en complejidad mientras existan desequilibrios que puedan sostenerlas. En la Tierra, el desequilibrio principal lo produce el Sol: un flujo continuo de energía que calienta y enfría en ciclos la superficie del planeta. Esa asimetría energética habilita el surgimiento y la persistencia de organización biológica (Sagan, 1980).
Todo sistema vivo existe en tensión entre apertura (intercambia energía) y cierre (mantiene identidad). Esa tensión no es patológica: es su modo de ser. El organismo opera resolviendo continuamente contradicciones internas para sostener su forma (Maturana y Varela, 1984).
Las sociedades humanas y las infraestructuras técnicas forman sistemas interdependientes de alta complejidad: redes de cuerpos, máquinas, instituciones y símbolos. Estos entramados humano–máquina–organismo pueden describirse como tejidos históricos concretos de poder, saber y vida (Haraway, 1985). La sociedad es también metabolismo.
No sólo importan los humanos (humanismo), sino todo tipo de ser que sostenga reproducción operacional propia, ya sea por evolución biológica o por realimentación técnica. No necesariamente será la humanidad siempre la especie dominante única. Y no necesariamente debe ser nuestro objetivo sostenerla como única forma de inteligencia.
El transhumanismo plantea justamente esa apertura: la vida y la inteligencia como procesos que pueden continuar más allá del cuerpo biológico humano (Moravec, 1988; Bostrom, 2014). Sagan (1980) formula otra versión: “Somos el modo en que el universo se conoce a sí mismo.” Nada garantiza que sigamos siendo los únicos que lo hacen.
Resolver un gradiente o un salto discreto (térmico, económico, político) requiere trabajo. Cada conflicto es también, físicamente, un diferencial energético (Prigogine, 1979). La historia puede leerse como sucesivas reorganizaciones energéticas mediante las cuales la materia deviene consciente de sí misma y de sus condiciones de reproducción (Marx, 1845).
Materialismo dialéctico: el cambio surge de contradicciones internas (Stalin, 1938). Pensamiento sistémico: los sistemas disipan tensiones buscando equilibrio (Bertalanffy, 1968).
Son dos lenguajes de lo mismo. La resolución dialéctica de la contradicción es, físicamente, la relajación de un gradiente hasta el equilibrio (Prigogine, 1979).
En sistemas abiertos aparece algo más rico: mientras el universo total incrementa su entropía, regiones locales pueden sostener e incluso aumentar complejidad. La vida es exactamente eso: una isla de orden que se mantiene temporalmente expulsando desorden al exterior (Prigogine, 1979). Cada célula, cerebro, ecosistema, sociedad o civilización es un equilibrio dinámico transitorio que conserva identidad a costa de flujo.
Esto permite afirmar que la dialéctica no es sólo un método lógico o histórico; es una ley material de autoorganización de los sistemas.
El pensamiento sistémico clásico imaginó sistemas que buscan homeostasis: un equilibrio interno logrado mediante retroalimentación negativa (Bertalanffy, 1968). Eso no es un error; describe un modo real en que muchos sistemas tienden a disipar tensiones y maximizar entropía.
Pero muchos sistemas no buscan un punto fijo. Viven lejos del equilibrio. Buscan crecer. Gestionan la tensión en vez de eliminarla. Bosques, redes neuronales, economías globales, revoluciones políticas: son formas de orden que viven del flujo y no del reposo.
La dialéctica capta la dimensión creativa del desequilibrio. El pensamiento sistémico clásico capta la dimensión estabilizadora. La filosofía dialéctica materialista sistémica integra ambas: conservación e innovación como polos de un mismo proceso físico-histórico.
Hegel (1807), Marx y las formulaciones clásicas de la dialéctica surgieron antes de que existiera la ciencia moderna de sistemas. No hablan de retroalimentación, entropía o autoorganización porque esos lenguajes no existían. No negaban lo sistémico: simplemente aún no estaba formulado.
Su dialéctica es válida pero ampliable. La tarea no es refutarla, sino continuarla.
Las filosofías no dialécticas (positivismo rígido, empirismo lineal, esencialismos) y las no sistémicas (idealismos cerrados, existencialismos puramente subjetivos) no son simplemente erróneas: son parciales.
Cada una ilumina un aspecto real (estabilidad, experiencia, moralidad, eficiencia técnica, sentido cósmico). La contradicción principal no está dentro de ellas, sino entre ellas. La filosofía dialéctica materialista sistémica propone entenderlas como momentos locales de un proceso mayor de autoorganización histórica del pensamiento.
Podemos ubicar el pensamiento filosófico histórico en un espacio tridimensional definido por tres ejes:
Eje ontológico (qué es lo real primario):
Eje dinámico (cómo cambia el mundo):
Eje de referencia (quién es el centro de sentido):
Ejemplos aproximados de ubicación:
Conclusión: ninguna de estas filosofías, por sí sola, integra simultáneamente ontología material, dinámica autoorganizativa y horizonte universal de referencia. La filosofía dialéctica materialista sistémica se propone explícitamente como esa síntesis.
Después de filtrar las posturas que se autocontradicen (dualismos rígidos) o que se cancelan a sí mismas (nihilismos absolutos), quedan seis grandes familias filosóficas que pueden sostener posiciones coherentes y debatibles entre sí:
Estas seis posiciones pueden visualizarse como vértices de una red de tensiones reguladas: cada polo empuja, limita, negocia y redefine a los demás. No hay una síntesis plana única, sino una dinámica estable-inestable que mantiene el sistema global en funcionamiento.
Las seis familias filosóficas tienen correlatos políticos reales:
Distribución geopolítica aproximada:
El sistema político mundial puede leerse como la interacción de estos seis polos en tensión regulada. Esta red de tensiones funciona como una “homeodinámica global”: mantiene al sistema-mundo lejos del colapso, pero también lejos de un equilibrio estable.
El universo social no está fuera de la naturaleza. Es naturaleza organizándose a sí misma en el plano simbólico y técnico. Las estructuras políticas, las instituciones, las clases sociales, los algoritmos financieros y las luchas de sentido son manifestaciones de la materia en modos complejos de autoorganización.
Toda organización política es un modo de manejar tensiones y disipar energía social. Las instituciones, las posturas políticas y las luchas no “rompen” el orden: son el mecanismo mediante el cual el sistema sigue existiendo lejos del equilibrio. Igual que un organismo vivo exporta entropía para mantenerse, una sociedad canaliza conflicto para no desintegrarse.
El choque entre filosofías políticas —empirismo tecnocrático, espiritualismo ecológico, socialismo dialéctico-sistémico, progresismo moral, humanismo existencial, pragmatismo institucional— no es un obstáculo a la estabilidad planetaria. Es el medio por el cual el sistema global busca nuevas configuraciones de coherencia y supervivencia.
La filosofía dialéctica materialista sistémica no ofrece una utopía cerrada. Ofrece una gramática común. Permite que los bandos entiendan qué están defendiendo en términos ontológicos (qué consideran real), dinámicos (cómo creen que se produce el cambio) y normativos (a quién creen que debe servir ese cambio). Ese marco posibilita negociar sin borrar diferencias.
Gobernar, en este marco, es sostener la inestabilidad creativa sin colapso sistémico. Es mantener abierto el proceso histórico, guiándolo hacia configuraciones más justas, más habitables y más compatibles con la continuidad de la vida. Pensar políticamente, entonces, es continuar la obra de la vida y de la naturaleza por medios conscientes.
Bertalanffy, L. von (1968). Teoría General de Sistemas.
Bogdanov, A. (1913–1922). Tectología.
Darwin, C. (1859). El origen de las especies.
Haraway, D. (1985). A Cyborg Manifesto.
Lenin, V. I. (1909). Materialismo y empiriocriticismo.
Maturana, H. & Varela, F. (1972). De máquinas y seres vivos.
Maturana, H. & Varela, F. (1984). El árbol del conocimiento.
Marx, K. (1845). Tesis sobre Feuerbach.
Morin, E. (2008). El Método.
Prigogine, I. (1979). El fin de las certezas.
Sagan, C. (1980). Cosmos.
Dawkins, R. (1976). The Selfish Gene.
Moravec, H. (1988). Mind Children: The Future of Robot and Human Intelligence.
Bostrom, N. (2014). Superintelligence: Paths, Dangers, Strategies.
Spinoza, B. (1677). Ética demostrada según el orden geométrico.
Stalin, J. V. (1938). Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico.
Hegel, G. W. F. (1807). Fenomenología del espíritu.