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Como en la vuelta de las estaciones

En 1854, Noath Sealth, lider del pueblo Suquamish, pronuncio un discurso que con el correr del tiempo fue inspirando diversos textos entre los que se cuenta la ``Carta de Seattle al Presidente Pierce'', elaborada en 1972 por Ted Perry para la banda sonora de la película ``Hogar'' producida por la Southern Baptist TV, de la iglesia evangelista.

El gran Jéfe de Washington manda a decir que desea comprar nuestras tierras. El gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace en cambio nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras.

El gran Jéfe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en el regreso de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Como podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra?. Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Como podríais comprarlo a nosotros?. Lo decidiremos oportunamente. Habéis de saber que cada particular de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, son sagrados en la memoria de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre piel roja.

Por eso consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas ello no será fácil porque son sagradas para nosotros. El agua centellante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son. Y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos, habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentos a nuestos hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Le dá lo mismo un pedazo de tierra que el otro, porque él es un extraño que llega a la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él la sepultura de su padre, los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender; como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito debora la tierra y dejará tras de sí un desierto.

No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vistas de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizas sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no puede comprender las cosas.

El aire es precioso para el hombre de piel roja, porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre.

El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y si os vendemos nuestras tierras, deberéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento aromatizado por las flores de la pradera.

Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre; sino el hombre a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida, es solo una hebra de ella. Todo lo que hará a la red se lo hará así mismo. Lo que ocurre a la tierra, ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos.

Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Quizás seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que tal vez el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es su mismo Dios. Esta tierra es preciosa para El y hacerle daño es mostrarle desprecio a su creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche, sofocados por vuestros propios desperdicios.

Pero aún en vuestra hora final, os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a esta tierra y os dió el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial.

Tal destino es un misterio para nosotros, porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones del bosque exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las colinas verdes esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Donde está el espeso bosque?. Desapareció. ¿Donde está el águila?. Desapareció.



Así termina la vida y comienza el sobrevivir.....



Seattle nació alrededor de 1786 y murió en la reservación de Fort Madison en Junio de 1866.


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